El P. Arturo Sosa SJ, con motivo de la Clausura del Año Ignaciano, el 31 de julio 2022, invita a todas las comunidades Jesuitas a renovar la Consagración de la Compañía al Corazón de Jesús. Es una invitación a seguir viendo nuevas todas las cosas en Cristo, siempre más disponibles a su misión en el mundo. Y así, como dice San Ignacio, en la Contemplación para alcanzar el amor (ES 233), “en todo amar y servir a su divina Majestad”.
Desde la Red Mundial de Oración del Papa -Apostolado de la Oración- nos sumamos a esta invitación a renovar en el día de hoy nuestra Consagración al Corazón de Jesús, de forma personal o comunitaria.
Estas palabras de Francisco en la exhortación apostólica Evangelii Gaudium [n°3], sobre el anuncio del Evangelio en el mundo de hoy, pueden ayudarnos a vivir esta celebración:
“Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso. No hay razón para que alguien piense que esta invitación no es para él, porque «nadie queda excluido de la alegría reportada por el Señor». Al que arriesga, el Señor no lo defrauda, y cuando alguien da un pequeño paso hacia Jesús, descubre que Él ya esperaba su llegada con los brazos abiertos. Éste es el momento para decirle a Jesucristo: «Señor, me he dejado engañar, de mil maneras escapé de tu amor, pero aquí estoy otra vez para renovar mi alianza contigo. Te necesito. Rescátame de nuevo, Señor, acéptame una vez más entre tus brazos redentores». ¡Nos hace tanto bien volver a Él cuando nos hemos perdido! Insisto una vez más: Dios no se cansa nunca de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de acudir a su misericordia. Aquel que nos invitó a perdonar «setenta veces siete» (Mt 18,22) nos da ejemplo: Él perdona setenta veces siete. Nos vuelve a cargar sobre sus hombros una y otra vez. Nadie podrá quitarnos la dignidad que nos otorga este amor infinito e inquebrantable. Él nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría. No huyamos de la resurrección de Jesús, nunca nos declaremos muertos, pase lo que pase. ¡Que nada pueda más que su vida que nos lanza hacia adelante!”
El Siervo de Dios Pedro Arrupe, durante un día de oración en La Storta (Roma), compuso esta fórmula que, 50 años después, asumimos rezando con nuestros amigos en la misión:
“Oh Padre Eterno:
Mientras oraba Ignacio en la capilla de La Storta, quisiste Tú con singular favor aceptar la petición que por mucho tiempo él te hiciera por intercesión de Nuestra Señora ‘de ser puesto con tu Hijo’. Le aseguraste también que serías su sostén al decirle: ‘Yo estaré con vosotros’. Llegaste a manifestar tu deseo de que Jesús, portador de la Cruz, lo admitiese como su servidor, lo que Jesús aceptó dirigiéndose a Ignacio con estas inolvidables palabras: ‘Quiero que tú nos sirvas’.
Nosotros, sucesores de aquel puñado de hombres que fueron los primeros ‘compañeros de Jesús’, repetimos a nuestra vez la misma súplica de ser puestos con tu Hijo y de servir ‘bajo la insignia de la Cruz’ en la que Jesús está clavado por obediencia, con el costado traspasado y el corazón abierto en señal de su amor a Ti y a toda la humanidad.
Renovamos la consagración de la Compañía al Corazón de Jesús y te prometemos la mayor fidelidad pidiendo tu gracia para continuar sirviéndote a Ti y a tu Hijo con el mismo espíritu y el mismo fervor de Ignacio y de sus compañeros.
Por intercesión de la Virgen María, que acogió la súplica de Ignacio, y delante de la Cruz en laque Jesús nos entrega los tesoros de su corazón abierto, decimos hoy, por medio de Él y en Él, desde lo más hondo de nuestro ser: ‘Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer; Vos me lo disteis; a Vos, Señor, lo torno; todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad; dadme vuestro amor y gracia, que ésta me basta’”.
[Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.]